sábado, 24 de enero de 2009

EL CAMBIO


Adriana Salcedo



Nunca esperé que la mudanza llegara tan puntual. De hecho es todo un tema, eso del horario. Los europeos siempre nos critican la impuntualidad, "a los sudacas". Si conocieran los beneficios que traen los horarios flexibles, tal vez, les agradaría. Pero ese no es el tema… Es que esa llamada, y yo apenas despertando, me hizo detestar la puntualidad. De inmediato telefoneé a mis sobrinos, los que debieron salir de la cama en menos de un segundo, ya que eran ellos los que se cambiaban. Me encontraba ya muy despierta y pronta a salir, para realizar el cambio tan esperado.
Cuando llegué al departamento de los dormilones, se me activaron todas las fuerzas físicas para bajar cajas, muebles, cocina… Un quinto piso y sin ascensor, merita un buen estado físico. Observar las caritas de cada uno de ellos, ya muy despiertas, me irradiaban el alma… Era el día esperado desde hace ya un par de años.
Todos, algo aliviados, terminamos con la primera parte del traslado, aún nos quedaba continuar con la mudanza de Juan Carlos, el mayor de mis sobrinos, que por cierto, su departamento quedaba en un quinto piso, la felicidad de ese momento era, ¡el ascensor del edificio!
Las cosas delicadas, frágiles, fueron metidas en mi auto, las arreglé con especial cuidado… Eran de mi madre.
El camión lleno en su totalidad se dirigía a la nueva casa. Cuatro dormitorios, una amplia sala, la cocina bien equipada y tres baños.
Me sentí aliviada y orgullosa, mis sobrinos relajaban su felicidad ordenando sus cosas, en los amplios dormitorios. El trabajo había terminado a ritmo dinámico.
Dormí la mejor siesta desde hace tiempo; mientras recordaba cuán bellos se veían, ellos, los cuatro… En su nueva casa.
David, tan largo y estirado como una espiga, sus ojos chispeantes acusan su corta edad, el bailarín, tiene ahora, un dormitorio para él, después tres años de haber dormido en un sofá- cama en la sala. Daniel, con su sensualidad serena, el músico, podrá tocar su guitarra, con la destreza de un artista en camino, sin molestar a nadie. Andrés, de rostro bello y sonrisa angelical, el estudiante de medicina, y Juan Carlos, el mayor de todos, de ojos tan grandes como la luna llena, el joyero, vive ahora, junto con sus hermanos.
¡Al fin, mis cuatro sobrinos en una misma casa! Unidos y confiados…, derrochando jovialidad por cada rincón del nuevo hogar.

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