domingo, 25 de enero de 2009

LA NOCHE DEL EDÉN

Adriana Salcedo Jaramillo


Toda la noche Amanda se dedicó a hurtadillas a cortar flores de todo tipo. El jardín de la vecina poseía cuanta flor existiera. Era casi un lujo detenerse a contemplar aquel maravilloso espectáculo de formas, colores y olores. Como si todo aquel huerto fuese el propio "Edén". Los transeúntes asombrados ante su belleza lo tomaron como un refugio a sus nostalgias. Hasta entrada la tarde se mostraba como un manto sagrado.
Amanda, con sus propios bríos, dueña de su destino, sin reparo ninguno, entró sesgando el cerco con la ayuda de Plutón –su perro- que, sin tregua, la secundó en la aventura de aquella noche. Plutón, de raza labrador, de tierno mirar, y aunque no se crea el canino sonreía…, frunciendo su hocico entero y la cola moviéndola siempre sin reparo, su felicidad era casi humana.
Todo fue planeado con mesura, esperaron a que las casas apagaran sus luces y la cuadra quedara en silencio. Con un balde en la mano y una pequeña pala se encaminaron al llamado Edén. Con las patas traseras el labrador, concentrado en lo suyo, cavó un pequeño hoyo por donde pasarían ambos. La complicidad de esos dos se perfilaba desde la noche anterior.
Amanda se dispuso a dormir y Plutón la siguió derechito a su cama. Motivo suficiente para que los padres de la joven le pusieran un alto. El perro tuvo que salir con el rabo entre las patas y Amanda guardó silencio, se mantuvo indiferente, ese pequeño percance no iba a entorpecer la hazaña para poder llevarle las flores más preciosas a su amado Rafael, que por causa de una discusión no daba señales de vida. La pareja no acostumbraba a separarse más que lo necesario. Las maravillosas flores plantadas en el pequeño patio de la casa de Rafael serían las causantes de un nuevo episodio de amor. Era el pensamiento, como si éste tuviera un solo pálpito en el corazón de Amanda.
Cuando lograron entrar en el paraíso de las flores, ambas sombras se abrazaron antes de iniciar su segunda travesía. Amanda sacaba de raíz cuanta flor dormida encontraba, claro, sin dejar mucho espacio entre cada una. Con su mano delgada tomaba cada planta como si tuviera una joya entre sus largos dedos, Plutón se encargó de revolotear la tierra, los agujeros quedaron tapados. Una vez llenado el balde zigzaguearon el retorno. Salieron por donde mismo entraron, y la destreza de su compañero no dejó rastro alguno.
Al llegar el alba Amanda ya iba rumbo al lecho del amor. La alegría se le adueñó con un reflejo intenso, como si las plantas y ella fueran una. Por más que timbró no hubo respuesta. Después de unos segundos se dio cuenta de que la puerta estaba sin seguro y entró con sigilo derecho al patiecito. Parte de la mañana se la llevó atareada con las flores, devueltas a la tierra. Aquel rincón tomó luz propia. A paso lento se dirigió al dormitorio de Rafael. En su camino encontró papeles, basura, ropa en el suelo. Despertó a su amante con una caricia infinita en su pelo cargado de rizos, no hubo respuesta, su sueño era profundo y quieto. Observándolo por varios minutos, retiró el cabello de su rostro para fundirse en su bello perfil, en cuyas líneas se reencontraba siempre con aquella mirada tan de él y tan ausente a la vez. Tan joven aquel hombre y tan cargado de penurias..., abriendo su dolor como grietas escurridizas.
Amó siempre su pasado huérfano de miradas tibias, de pasares gélidos. Mas Rafael se sostenía digno en su estructura, aunque sus cavidades cargaban un llanto irreparable. Amanda, sin obtener respuesta a sus caricias, sin entender lo evidente: las cajas de los medicamentos utilizados para ahuyentar la depresión del joven ¡estaban completamente vacías!..., como su perfil. El pequeño patio resucitaba como un manto sagrado, mientras que la vida de Rafael tomó un rumbo sin regreso.
Por un largo tiempo..., un eterno tiempo. Amanda y Plutón fueron los dueños de la cuadra del llamado Edén. Cuando la noche era dueña…, las casas apagaban sus luces, y los transeúntes ausentes, la joven y su perro se perdían en las flores dormidas. Sólo ellas entendieron todo el sufrimiento que atrapa los latidos de un alma abatida… ¡Sólo las
flores!

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